Antes de la Covid-19, era probable que uno de cada cinco países vieran sus ingresos per cápita estancarse o reducirse en 2020, según datos de Naciones Unidas. Sin embargo, tras la pandemia, los cierres de pequeños y medianos negocios, las alteraciones de producción en grandes empresas y a nivel industrial, la volatilidad del mercado financiero y el aumento de la inseguridad laboral a nivel general, han contribuido a ralentizar todavía más el crecimiento económico a nivel mundial.
Por lo que respecta a la facilidad para encontrar empleo, hay que decir que las repercusiones mencionadas derivadas de esta crisis afectan de lleno a la actividad económica de prácticamente todos los sectores, a los empleos en cantidad y calidad y a las personas empleadas.
De hecho en 2021, la tasa global de desocupación se ubicó en el 6,2%, muy superior a la tasa prepandémica del 5,4%. Esto se traduce en 28 millones de desempleados más en 2021 que en 2019.
Lo peor es que la Organización Internacional del Trabajo estima que la desocupación se mantendrá por encima de su nivel de 2019 al menos hasta 2023.
Sin embargo, cabe señalar que el nivel de desocupación no recoge todo el impacto de la pandemia en cuanto al ODS 8 se refiere. Esto se deba a que muchos de los que abandonaron la población activa como consecuencia de la Covid-19 no se han reincorporado posteriormente. La tasa de inactividad era del 41,0% en 2021, 1,5 puntos porcentuales por encima de la tasa de 2019. Es decir, 147 millones de personas más que se encuentran fuera de la población activa.
La tasa de desocupación tampoco refleja la reducción de las horas de trabajo de los que siguieron trabajando, y es que, como consecuencia de los cierres de colegios y guarderías, muchas personas pidieron reducciones de jornada.
Como siempre, los más perjudicados han sido los jóvenes y las mujeres. De hecho, los jóvenes han aumentado las tasas de desocupación en 40 de los 46 países que presentaban datos trimestrales durante 2021. Solo en España, el porcentaje de jóvenes que ni trabajaba ni estudiaba antes de la pandemia era del 22%, y tan sólo un año después, a finales de 2020, se ubicaba ya en el 23,3%. La meta 6 del ODS 8 exigía rebajar la tasa de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Claramente no lo estamos cumpliendo.
El caso de las mujeres es similar. A finales de 2020, las mujeres que ni estudiaban ni trabajaban era del 30,2% mientras que la de los hombres en la misma situación era del 6,2%. Lo peor es que esta tendencia se sigue manteniendo. Las mujeres respresentaban el 39,4% del total de ocupación a nivel global justo antes de la pandemia, pero casi el 45% de las pérdidas mundiales de ocupación en 2020 han sido mujeres.
Además de las desigualdades en género y edad, en general, los países que contaban con la infraestructura y los conocimientos necesarios en materia de tecnologías de la información han sido más resilientes y se han visto menos afectados en términos de empleabilidad.
La pandemia ha puesto de manifiesto una disparidad muy grande entre los países de ingresos más altos y los de ingresos más bajos. Una de las explicaciones, además de que los países de ingresos más altos han puesto en marcha más medidas a disposición de las empresas y empleados que han tenido que dejar de prestar sus servicios de manera temporal, es que los países de ingresos más altos tenían mejor implantadas infraestructuras en materia tecnológica, algo que ha facilitado el teletrabajo.
Los países que más promueven el emprendimiento y más ayudas ofrecen a las empresas jóvenes y sobre todo a empresas digitales y tecnológicas, también han visto menos reflejado el efecto de la pandemia en sus mercados laborales.
En resumen, esta disparidad pone de manifiesto la necesidad de realizar inversiones inteligentes para crear la infraestructura necesaria y las capacidades adecuadas en los sistemas estadísticos nacionales para apoyar el trabajo a distancia, la capacitación y la recopilación y almacenamiento de datos. Estas inversiones son esenciales para estimular las innovaciones y transformaciones necesarias para alcanzar las metas propuestas por el ODS 8.
La Organización Internacional del Trabajo nos advierte de una consecuencia poco deseable a nivel social derivada de la pérdida de empleos que se ha producido desde el comienzo de la pandemia, estimada en más de 33 millones, y es que la brecha de desigualdad social, por el aumento del desempleo, se hace cada vez más profunda.