Una industrialización inclusiva y sostenible supone la creación de una economía potente, dinámica y competitiva, capaz de sustentar un sistema financiero fuerte, que pueda generar los suficientes empleos e ingresos como para hacer que toda su sociedad tenga un nivel de vida adecuado.
La innovación y las infraestructuras también desempeñan un papel clave en una economía fuerte, y más con lo que nos ha demostrado la pandemia: las empresas deben promover la inversión en sistemas de información y tecnología, en flexibilidad laboral, y las instituciones deben apostar por facilitar el comercio internacional y permitir el uso eficiente de los recursos. De todo esto tratamos en el artículo dedicado al ODS 8, que puedes leer aquí.
A día de hoy estamos muy lejos de conseguir las metas del ODS 9. Los países menos desarrollados siguen con altísimas tasas de trabajo manufacturero. Deben aumentar la inversión en investigación e innovación científicas, que es lo que les va a permitir tener una fuerza económica capaz de sustentar de manera sostenible sus sociedades y competir con el resto de economías.
Según datos de Naciones Unidas, a nivel mundial, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) como porcentaje del PIB, aumentó de un 1,5 % en el 2000 a un 1,7 % en el 2015, y continuó casi en el mismo nivel en el 2017. Sin embargo, en las regiones en desarrollo fue inferior al 1 %.
El problema es que las economías de los países en vías de desarrollo necesitan mucha inversión para poder llegar a 2030 cumpliendo las metas. De hecho, un estudio económico y social de Asia y el Pacífico del Banco Asiático de Desarrollo destaca que hacer que la infraestructura de estas regiones sea resiliente a los desastres y al cambio climático requerirá una inversión adicional de 434.000 millones de dólares al año. Esta suma podría incluso tener que ser mayor en algunas subregiones.
Es importante que desde los gobiernos se presenten planes para recuperaciones económicas que lleven a cabo inversiones en innovación y progreso tecnológico, puesto que es la única forma de asegurarse soluciones dinámicas y duraderas para que la economía de un país sea estable y se asiente sobre bases sólidas. Es la única forma de combatir nuevas pandemias o ciclos económicos de una manera segura.
Además, invertir de esta forma, en infraestructuras fundamentales y resilientes, hace que los países se esfuercen por adoptar medidas que reduzcan la huella ecológica, creen puestos de trabajo para las personas con bajos niveles de cualificación y amplíen el acceso a los bienes y servicios, incluidas las infraestructuras básicas para todos.
Por otro lado, queda mucho trabajo también para reducir la brecha digital, que la pandemia no ha hecho más que agravar, al haber acelerado la digitalización de muchas empresas y servicios, incluido el teletrabajo, así como el acceso a la salud, la educación y los bienes y servicios esenciales.
Toda esta nueva realidad ha puesto de manifiesto lo atrás que se han quedado (más aún) quienes no tienen acceso a Internet.
Aunque es verdad que en los últimos diez años se ha avanzado mucho en este campo y casi toda la población mundial vive ahora en una zona cubierta por una red móvil, cerca de la mitad de la población mundial sigue sin tener acceso a Internet y esto no es posible.