La primera forma de vida en el planeta Tierra se creó en el agua. Del agua dependemos, incuestionablemente, todos los seres que habitamos este mundo.
A día de hoy, tres cuartas partes del planeta están cubiertas por agua y el 97% de esa agua está en los océanos. Se estima que éstos tienen 1.332 millones de kilómetros cúbicos de agua y que de esta agua dependemos todos, no sólo las millones de especies de plantas y animales que viven en ellos sino todos los demás seres.
Incluso aquellos que viven en apartamentos altísimos en el centro de una gran ciudad desde donde no ven agua por ninguna ventana. Incluso ellos sufren las duras consecuencias de la contaminación de los océanos.
La contaminación oceánica por parte del humano parece no tener vuelta atrás, y el efecto que ésta contaminación provoca en las personas es algo tan palpable y manifiesto que ya ha habido tiempo hasta de realizar estudios sobre sus efectos a medio y largo plazo.
La contaminación es responsable de alrededor de nueve millones de muertes al año, grandes pérdidas económicas, y, por supuesto, degradación de los ecosistemas.
Pero, ¿de dónde proviene la contaminación de nuestros océanos?
La publicación Annals of Global Health establece se trata de una mezcla de metales tóxicos, plásticos, productos químicos manufacturados, petróleo, desechos urbanos e industriales, pesticidas, fertilizantes, productos químicos farmacéuticos, desechos agrícolas y aguas residuales.
Esa contaminación llega a los humanos, principalmente, a través de la ingesta de animales marinos contaminados. Una vez allí puede producir daños en el sistema nervioso, riesgo de padecer cáncer, enfermedades cardiovasculares y del sistema digestivo, infertilidad y problemas en el desarrollo del bebé en el útero.
Además, su impacto en la salud humana recae de manera desproporcionada sobre las poblaciones más vulnerables del hemisferio sur. Injusticia ambiental, lo llaman algunos, puesto que estos países, mucho menos desarrollados industrialmente, no son tan contaminantes.
Los océanos albergan algunos de los ecosistemas más diversos y forman parte esencial de las economías de países de todo el mundo. Además, ralentizan el calentamiento global y estabilizan el clima gracias a los organismos microscópicos de los mares que son una fuente importante de oxígeno atmosférico y absorben más del 90% del exceso de calor liberado en el medio ambiente terrestre y casi un tercio de las emisiones de dióxido de carbono.
Todo esto es esencial para que nuestra vida pueda desarrollarse normalmente. Y sin duda, es el ecosistema más afectado a todos los niveles por la acción humana, ya que con nuestros actos hemos aumentado la temperatura de las aguas, provocando así su acidificación y, por lo tanto, poniendo en peligro miles de especies.
También, el descongelamiento de los polos es un grave problema ya que aumenta el nivel de agua en los océanos provocando, entre otros efectos, que las tormentas costeras sean cada vez más violentas y pongan en peligro a los 600 millones de personas en todo el mundo que viven a menos de 10 metros del nivel del mar.
Pero no sólo esto. La sobreexplotación de las reservas, la pesca ilegal, así como la caza de ciertas especies en algunos lugares hacen que los ecosistemas se desequilibren gravemente.
Durante la pandemia se ha registrado una menor explotación de los recursos acuáticos, pero eso ya queda muy atrás y a día de hoy, la explotación vuelve a ser sobreexplotación. El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo estima que se necesitan de 10 a 15 años de reducción de la pesca para que se constituyan las reservas agotadas.
La conclusión es que no podemos seguir esperando a tomar medidas efectivas y soluciones transformadoras y prácticas para los océanos tras los importantes retrasos por la pandemia del Covid-19 en el ODS 14. Sólo el 8% del océano está actualmente protegido, un tercio de las poblaciones de peces están sobreexplotadas y el cambio climático está aumentando la acidificación y la desoxigenación de los océanos. Ya hemos explicado que esto no sólo amenaza la biodiversidad marina, sino también los medios de vida de millones de personas.
Los expertos ven necesario un tratado mundial sobre la contaminación por plástico y una mayor expansión de las áreas marinas protegidas, con el objetivo de que al menos el 30% de los océanos estén protegidos para 2030.
Otra exigencia es acabar urgentemente con los subsidios perjudiciales para la pesca, los cuales ascienden a unos 35.000 millones de dólares al año. Los países llevan más de dos décadas en negociaciones, pero ahora este tema ha adquirido una nueva urgencia a medida que las poblaciones de peces del mundo han seguido cayendo por debajo de los niveles sostenibles. Alrededor del 60% de las poblaciones evaluadas están totalmente explotadas y el 30% están sobreexplotadas.