El día de la Mujer. Que tenga que haber un día de la mujer ya es indicativo de algo. ¿Indicativo de qué? De que la mujer ha vivido (y vive) oprimida en una sociedad “moderna” que esconde muchísimo del patriarcado de siempre. En este artículo vamos a intentar analizar un poco de la realidad en la que las mujeres nos movemos.
En 2022, 49 mujeres han sido asesinadas a manos de hombres relacionados con ellas sentimentalmente. Lo curioso es que muchísimos de los titulares de los periódicos en los que he leído esta noticia, tienen un aire casi positivo, diciendo que es la mejor cifra en los últimos años. No hay mejor cifra. La única mejor cifra es CERO. Mientras haya algún número por encima de cero, será una tragedia y así habrá que contarlo. Esto es a lo que me refiero cuando hablo de que la sociedad “moderna”, avanzada e igualitaria en la que vivimos, sigue escondiendo muchísimas de estas sutilezas. Porque siguen estando muy dentro de nosotros, aunque tratemos de negarlo.
¿Qué nos viene a la mente cuando escuchamos “feminismo”? Mujeres enfadadas. Mujeres que odian a los hombres. Mujeres que, básicamente, se dedican a protestar por todo. Lo cierto es que la palabra “feminismo” tiene una connotación muy negativa. Sin embargo, después de haber leído mucho y haber hecho mucho research sobre el tema, he llegado a la conclusión de que el feminismo es AMOR. No es un odio al hombre. No. No se trata de protestar por protestar. No es un odio al sistema. Es una lucha desde el amor. Un amor a tí misma. Un amor tan grande por tí, por tus derechos, por tu vida, que decides contarlo al mundo, reivindicarlo a los cuatro vientos.
El feminismo no es un movimiento que nace en el odio. Si odiásemos a los hombres, a la sociedad, no dedicaríamos nuestro tiempo a intentar cambiarlo. Porque no se cambia lo que se odia. Huímos de lo que odiamos. Lo damos de lado. Sin embargo, si ponemos nuestras energías y nuestro trabajo en pro de un movimiento que trata de cambiar las cosas desde la raíz, es porque lo queremos profundamente.
Porque nos vemos sometidas, porque muchísimas de nosotras hemos visto cómo nos han hecho bullying en nuestros trabajos al quedarnos embarazadas y decidir “disfrutar” de la baja maternal, porque vemos cómo nuestros compañeros hombres crecen más rápido que nosotras, cómo se les presuponen cosas que nosotras debemos demostrar. Ese es el día a día de muchas de nosotras. Y precisamente, por amor a nosotras mismas, decidimos reivindicar la igualdad.
Pero no sólo es cuestión de avanzar en el ámbito laboral. La vida misma está plagada de sutilezas que hacen que perpetuemos el sistema patriarcal. Sin ir más lejos, cuando creas una cuenta en cualquier plataforma/app, debes definir el tratamiento que quieras que se te dispense. Debes indicar si eres Señor, Señora o Señorita. ¿Por qué? ¿Por qué no diferencia entre “señor” y “señorito”? ¿Interesa a quién está detrás de esa app si estoy casada o no? Seguramente no le interese lo más mínimo, pero es una herencia de la sociedad.
Una sociedad que ha perpetuado comentarios como “solterona”, o “te vas a quedar para vestir santos”, o “se te va a pasar el arroz” ¿Cuántas veces hemos escuchado estas frases, incluso de nuestros círculos cercanos? ¿Cuántas veces no te han preguntado por qué tu amiga no se casa o por qué tu amiga aún no tiene hijos? ¿Alguna vez hemos preguntado por qué un hombre no se casa o por qué un hombre no tiene hijos? Ellos no se quedan para vestir santos. Ellos pueden elegir. Para ellos no existe el término “solterón”, pero sí “soltero de oro”. ¿Has escuchado “soltera de oro” alguna vez?
El ámbito doméstico también está plagado de estas sutilezas a las que me refiero. ¿Cuántas veces no hemos oído que un hombre es un padrazo, porque ayuda con los niños o que es muy buen marido, porque ayuda en casa? Estas consideraciones sólo demuestran lo bajito que está el baremo con el que nuestra sociedad mide a los hombres y lo alto que está para las mujeres. Un hombre ni tiene que ayudar en casa ni tiene que ayudar con los niños, porque tanto los niños como la casa no son responsabilidades de la mujer y los demás ayudan. Son responsabilidades compartidas, donde ambos deben dividir las tareas conforme a sus posibilidades y a su organización personal. El concepto no es que haya que ayudar a la mujer. No se nos pasaría por la cabeza decir que una mujer es muy buena esposa porque ayuda en casa o que es muy buena madre porque ayuda con los niños. Sería muy raro y absurdo escucharlo. Sin embargo lo contrario lo seguimos, no sólo escuchando, sino pensando.
El resultado de este tipo de comentarios es que seguimos alabando y felicitando a los hombres por lo mínimo y exigiendo a las mujeres cada vez más.
Y de aquí vienen muchos problemas de una grandísima magnitud. Las depresiones. ¿Sabes que las mujeres sufren problemas de salud mental mucho más que los hombres? La OMS ha estimado que el 25 % de las mujeres sufre depresión frente al 12% de los hombres. Más del doble.
Si atiendes al análisis de cualquier país verás que los datos se replican. Es así, aproximadamente, en cualquier parte del mundo. Las franjas de edad suelen ser parecidas también y también es similar el que las mujeres de ciudad sufren más depresión que aquellas que viven en ámbitos más rurales.
He querido ahondar mi investigación en el por qué de éstos datos. ¿Por qué hay más mujeres padeciendo de depresión? Y ¿por qué por cada caso grave de depresión en hombres hay 3,5 casos graves en mujeres?
La respuesta es exactamente la que intuía. La culpa la tienen las altas expectativas y el modelo social en el que vivimos.
La diferencia de sueldos o el enorme esfuerzo y las grandes renuncias que tiene que hacer una mujer para que se la tenga en cuenta en los puestos directivos, además de la incesante violencia machista que sufre - el acoso sexual de las mujeres en el trabajo, debido a la situación de poder del hombre, por ejemplo- hacen que las mujeres que sufren violencia por parte de sus parejas no puedan irse de casa.
Además los estereotipos de género y los roles sociales atribuidos a la mujer son culpables en gran medida de estas depresiones. Desde que nacemos, a las niñas nos llegan mensajes por todas partes -familia, colegio, anuncios de la televisión- de cómo debemos ser y comportarnos. La elevadísima exigencia a la que se nos somete desde niñas es, en muchos casos, difícil de alcanzar. No todas seremos esposas dedicadas, madres perfectas criando hijos felices, con una carrera profesional brillante, manteniendo una casa en perfecto estado, encontrando tiempo para hacer yoga y dedicando tiempo a nuestras amistades. En la inmensa mayoría de los casos, no cumplimos con todos los requerimientos de esta lista, y eso que sólo es una lista ejemplificativa. El hecho de no cumplir con las expectativas que la sociedad nos impone eleva las tasas de depresión.
Por si fuera poco, a las mujeres se nos atribuye socialmente el rol de cuidadoras de la familia y del hogar. Asumir este papel, en muchas ocasiones, supone renunciar a otras cosas, o a nuestros propios deseos o aspiraciones. Hay estudios que revelan que la incorporación de la mujer al mundo laboral desde mediados del siglo XX, ha supuesto un aumento en las horas de trabajo de las mujeres respecto a los hombres. De media una mujer trabaja 15 horas semanales más que los hombres. Esto sólo tiene una explicación, y es que, el hecho de que una mujer trabaje fuera de casa no hace que delegue o se deje de responsabilizar del cuidado de los hijos o de su hogar. Trabajar fuera de casa para una mujer que es madre, supone, según los estudios, una sobrecarga de estrés y menor tiempo para dedicarlo a ocio y autocuidado. Estas situaciones cuando se vuelven crónicas y perduran en el tiempo, suelen derivar en problemas depresivos.
Por lo tanto, la mujer sufre más depresiones que el hombre y la causa está en las altas expectativas que tenemos de ellas, de nuevo el baremo con el que se nos mide no es el mismo que el de los hombres.
Después de todo esto. En vez de preparar a nuestras hijas de otra manera, la realidad es que las seguimos preparando como se nos preparó a nosotras desde niñas: adáptate a una vida en la que los hombres tienen poder sobre tí. Es así como, poco a poco y a medida que vamos creciendo y viviendo experiencias, lo vamos interiorizando y perpetuando. Preparamos a nuestras mentes para normalizar situaciones y comentarios que deben desnormalizarse, si es que esta palabra existe. Podemos no verlo en nuestro día a día, pero es sólo porque no nos fijamos. Si abrimos los ojos esa educación está ahí. Por parte de nuestros padres, de nuestros profesores, de nuestras amigas y amigos, de nuestros jefes, de los anuncios en televisión, de las revistas, de internet, de las redes, y de un largo etcétera.
A las niñas se nos enseña a no ser demasiado mandonas. Nos lo dicen nuestros padres desde pequeñitas cuando queríamos organizar la fila de niños en el columpio. “Es que es una mandona”, “es muy organizanta” Estas connotaciones negativas de estas palabras hacen que interioricemos esta conducta como peligrosa. “¡Ojo, puedes tratar de organizar, pero no demasiado, ten cuidado, no vayas a molestar a los demás, no vaya a pensar la gente que mandas mucho”. La realidad es que esto no se escucha en un niño, o no tanto. ¿Por qué? Porque asumimos, como sociedad, que es normal que un niño desarrolle habilidades de organización y gestión, se supone que será un jefe, un líder.
Después, cuando crecemos un poco, y asumimos que no debemos ser muy mandonas, es decir, que no debemos alzar mucho nuestra voz, nos encontramos con anuncios de detergentes, aspiradoras, planchas, limpiadores de cocina. Hasta hace poco, todas las protagonistas de estos anuncios eran mujeres, y además, mujeres bien vestidas, peinadas, maquilladas, y por si fuera poco, sonriendo. Todo lo contrario a cómo estás cuando estás aspirando tu casa, haciendo la colada, planchando o cocinando, seguramente con un moño, en pijama, y desmaquillada desde hace horas. Esa imagen de perfección que se nos impone desde siempre. Esos anuncios de cremas, de maquillajes, de clínicas de medicina estética, de suplementos alimenticios que ayudan a saciarte sin comer…siempre están protagonizados por mujeres, incluso a día de hoy. ¿Qué significa esto? Son mensajes. Debemos encontrarnos presentables. Debemos parecer siempre jóvenes. ¿Tienes 50 años? El objetivo es que parezca que tienes 35. Debemos tener un cuerpo estilizado. Ponte guapa, maquíllate (¿no eres guapa ya?), sé atractiva. ¿Todo para qué? Para ser aceptada en la sociedad. Para que no vean que tienes un pelo donde no debería estar, ojeras, arrugas o que en bikini no te ves como la famosa de turno.
Pero sin embargo, también se nos educa en mensajes contradictorios. No te pintes demasiado. No te pongas esos pantalones, que son muy estrechos, no lleves faldas tan cortas, deja de preocuparte tanto por tu aspecto, sal más recatada, vuelve pronto, ve siempre con alguien, avisa al salir para que te busquemos. ¿Esto es normal?
Lo normal no es educarnos en protegernos del peligro que puede suponer un hombre. Lo normal es educar a nuestros hijos varones en el feminismo también. Lo normal es educar al hombre. Enseñarles desde muy pequeños que no tienen ningún poder sobre las mujeres. Que no tienen derecho a opinar sobre nuestro aspecto o nuestros gustos. Que somos iguales.
Pero ¿cómo vamos a “despertar” y cómo vamos a dejar de normalizar conductas indeseables si lo estamos escuchando día a día? Canciones de grupos y artistas míticos, y supuestamente “progresistas y rompedores”, como los Beatles, Jimi Hendrix o Guns n’ Roses, que tarareamos a diario, son profundamente machistas con frases que si traducimos son verdaderamente horripilantes, donde hablan de pegar a mujeres, o incluso de matarlas, con total normalidad.
Pero eso no quedó allí con grupos de los 70. Hoy en día, artistas que componen canciones que dan la vuelta al mundo y cuyos videoclips acumulan millones de vistas (sobre todo entre gente joven, que para colmo tienen el cerebro en plena fase de ebullición), hablan del maltrato y la violación como si fueran conductas totalmente entendibles en un hombre enfadado porque su novia le ha dejado. Entre estos cantantes están muchísimos (más de los que nos pensamos, por desgracia), que además cobran millones de euros y se posicionan como artistas ante el mundo entero. Y lo que es peor, como modelos para los jóvenes.
Podríamos hablar de muchas más cosas. Muchos más problemas y temas que nos preocupan a las mujeres, como la salud reproductiva, el lenguaje profundamente sexista al que estamos ya acostumbradas, la poquísima inversión que se lleva a cabo en investigación de problemas de salud exclusivamente femeninos, las trampas que se esconden detrás del empoderamiento que nos está vendiendo la sociedad. Pero esto es un artículo y hay que cerrar.
El 8 de marzo es muy importante todavía, porque necesitamos recordarnos todo esto de vez en cuando, pero más importante es aún el trabajo que hacemos los otros 364 días del año. El trabajo de miles de mujeres en el mundo que luchan por tener una igualdad real de derechos y de obligaciones en la vida. El trabajo de muchísimas madres que criamos a nuestros hijos varones en el feminismo. Porque eso es el feminismo, igualdad. Por lo tanto, no, no entendemos a aquellos que nos dicen que no son feministas. ¿Acaso no buscas la igualdad?