El Foro Económico Mundial nos da un titular aterrador: habrá que esperar 135,6 años para alcanzar la igualdad de género, es decir, 36 años más que antes de la pandemia.
Pero, ¿qué hay detrás de esta información?
Hay mucho. Muchas razones por las que la mujer sigue quedándose atrás. Una educación patriarcal y sexista en muchas partes del mundo, roles de género muy establecidos en muchos países, maternidad a edades muy tempranas, desposesión de la propiedad de la mujer en muchas áreas geográfiacs, dogmas religiosos, división sexual del trabajo, imposibilidad de acceder a un puesto de trabajo remunerado, y en caso de poder acceder, el salario sigue siendo un 30% menor que el de los hombres, de media. Por desgracia esto es sólo una lista ejemplificativa, que podría ampliarse mucho más.
En muchos de los países de África, Latinoamérica, Oriente Medio y el sur de Asia, la inmensa mayoría de las mujeres desempeñan el 100% de las tareas domésticas, entendiendo como tal el mantenimiento de una casa y el cuidado de unos hijos. Esto sucede concretamente en 101 países del mundo.
El trabajo doméstico es un trabajo a tiempo completo, con jornadas mucho más largas que las que se hacen fuera de casa y además no está remunerado. Lo que implica que la mujer no tiene ingresos ni tampoco posibilidad de formarse, puesto que no tiene tiempo para ello. Esto se llama feminización de la pobreza.
Además, hay muchos países cuyas leyes recogen prácticas contra la mujer que suponen un atentado contra todo tipo de derecho.
La Ley Sharía, presente en países como Arabia Saudita, Afganistán, Pakistán, Siria, Nigeria, Sudán o Indonesia, prescribe cómo deben vivir los musulmanes y en ella se establecen ciertas prohibiciones para las mujeres en concreto como estudiar, trabajar, vestir con colores vivos, o reir en voz alta. En muchos otros países, la mujer no puede conducir ni viajar sin el permiso de su marido o de su padre.
En más de 30 países se practica a día de hoy la mutilación genital femenina, una práctica que, a parte de las consecuencias éticas y morales que trae consigo, se realiza sin ninguna garantía y con tijeras o incluso cuchillas, provocando en muchos de los casos hemorragias, infecciones o incluso la muerte. En más del 90% de las mutilaciones, la niña es menor de un año. Este tipo de riesgos y complicaciones en una bebé suponen poner en juego su propia vida. Aún así se practica.
En países como Irán, Irak, Siria, Pakistán, Yemen y Afganistán, están reconocidos los crímenes de honor. La familia de una mujer a la que se la considera que ha cometido algún comportamiento deshonsroso, tiene el derecho de condenarla por crimen contra el honor. Estas condenas pueden variar, desde palizas, mutilaciones, o incluso la muerte.
El matrimonio forzado es otra práctica que se lleva a cabo en muchos países del mundo. En 2021, se estimó que el 26% de las niñas sirias tenían concertado un marido antes de acabar su niñez. En muchos otros países de Oriente Medio, por ejemplo, no tienen establecida una edad mínima para casarse, pudiendo contraer matrimonio niñas con 9 u 11 años.
Capítulo aparte merece la violencia de género. Una verdadera pandemia en sí, presente en todos los países del mundo. Sin embargo, más difícil lo tienen las mujeres de los países donde además no tienen ningún tipo de respaldo legal ni social y donde dichas prácticas están incluso aceptadas y reconocidas tácitamente. Por ejemplo, en Irak, el marido tiene el derecho a “castigar” a su esposa.
En Pakistán la violencia está institucionalizada. Hasta el 72% de las mujeres bajo custodia en Pakistán sufren abusos físicos o sexuales.
Una práctica que supone un verdadero atentado contra todo tipo de derecho es que la única manera que tienen las mujeres violadas de reparar el daño (porque, por supuesto es su culpa) es casarse con su violador. Se trata de una costumbre que se mantiene vigente en el código penal de países regidos por la Sharia. La Ley reconoce abiertamente la posibilidad que tiene los abusadores de casarse con sus víctimas para así ser absueltos y ya de paso, esconder la deshonra de la familia de la mujer violada.
Comprendo que tengas la cabeza del revés y que no entiendas nada. Pero la situación de la mujer es muy complicada también en los países de ingresos elevados.
Es cierto que la mayoría de estos países tienen leyes que abogan por la igualdad, que, por supuesto, condenan todo tipo de violencia contra nosotras y que tratan de protegernos en caso de abusos, pero no es tan fácil. Las mujeres que vivimos en países desarrollados seguimos sufriendo situación de discriminación en el ámbito laboral. El 85% de las personas que trabajan en el tercer sector son mujeres, sin embargo sólo en el 20% de los puestos directvios de estas organizaciones estamos presentes nosotras, en el 80% de los casos, son hombres.
Este dato es revelador. Todavía a día de hoy, en muchas empresas y sectores muy cualificados, la mujer está considerada sólo hasta que se queda embarazada. No somos pocas las que hemos tenido que esuchar de boca de nuestros superiores "tu es que ahora te vas unos meses de vacaciones" refiriéndose así a la baja maternal. En España todavía tenemos la cultura de que quedarnos embarazadas es terminar con nuestra carrera laboral y que una baja por maternidad son unas vacaciones.
En todos los países desarrollados las mujeres sufrimos constantemente abusos en lugares de ocio nocturno. Comentarios, miradas y situaciones absolutamente inapropiadas que la socidad normaliza, y a las que nos enfrentamos cada fin de semana. Sólo en Madrid hay al mes 80 denuncias al mes por abusos en discotecas. Y los que no se denuncian que también existen.
Organizaciones como Amnistía Internacional nos saca a la luz datos que son escalofriantes, 137 mujeres son asesinadas a diario por un miembro de su familia. Según la Organización Mundial de la Salud, el 35% de la población femenina ha sufrido alguna vez en su vida violencia física y/o sexual de un compañero sentimental o violencia sexual de otro hombre sin esa relación.
Y en medio de todo esto, llega una pandemia. ¿Qué provoca?
La OCDE establece que la crisis provocada por la pandemia está perjudicando la salud y el bienestar social y económico en todo el mundo, con las mujeres en el centro por varios motivos.
El primero de ellos es que las mujeres lideran la respuesta sanitaria puesto que suman casi el 70% del personal sanitario, lo que las expone a un mayor riesgo de infección y bajas laborales.
El segundo es que, en los países donde las mujeres sí tienen acceso al mercado laboral y forman parte de él, además de trabajar fuera, también soportan gran parte de la carga doméstica. Hemos visto como debido al cierre de colegios y guarderías al comienzo de la pandemia, las desigualdades de género se han incrementado, lo que ha supuesto, según este organismo, un incremento del riesgo de pérdida de empleo e ingresos a las mujeres. Estos dos años, han sido muchas las mujeres que han solicitado bajas y excedencias para poder hacerse cargo de su familia.
Igualmente, organizaciones que trabajan con colectivos vulnerables han reportado un aumento en la incidencia de violencia, explotación o abuso contra la mujer durante la cuarentena. Esto tiene una lamentable explicación y es que con las familias más vulnerables confinadas en espacios pequeños y sufriendo pérdidas de ingresos y soportando elevados niveles de estrés, la mujer ha sufrido más violencia por parte de sus parejas que antes de la pandemia.
¿Cuál es la solución? ¿La hay?
A parte de que las leyes protejan a las mujeres y castiguen todo tipo de violencia o abuso ejercida sobre ellas, hay que llevar a cabo un cambio profundo de mentalidad. La educación es la clave.
Necesitamos educar a nuestros hijos y a nuestras hijas de la misma manera, necesitamos que nuestros hijos castiguen y condenen conductas hasta ahora aceptadas en la sociedad. Necesitamos que el mercado laborar se llene de mujeres, y, que por spuesto, tengan hijos si quieren, porque, para empezar, es la única manera de continuar como especie. Necesitamos otro tipo de jefe. Un jefe que premia la productividad de una mujer que intenta criar a su hijo de la mejor manera posible y a la vez sacar su trabajo adelante, motivar a sus equipos, y obtener sus objetivos. Necesitamos que estos comportamientos se vean premiados y que se de voz a los mismos. Necesitamos que más organizaciones e instituciones se vuelquen en las mujeres que no pueden o que tienen miedo a hablar. Las miles de mujeres que han sufrido o sufren abusos y tienen miedo.
Las metas del ODS 5 son muy claras y el futuro no pinta muy bien por el camino que estamos yendo. Hay que cambiar y hay que comenzar ahora por la educación de nuestros hijos pequeños, que son quienes se quedarán aquí mañana.