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ODS 7: Energía asequible y no contaminante

Escrito por Patricia Barroso el 20/05/2022

La producción y el consumo de energía a nivel mundial siguen siendo la mayor fuente de emisiones globales de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático de una manera muy acelerada.

Al comienzo de la pandemia, con la inmensa mayoría de ciudadanos del mundo confinados en sus casas, con la implantación del teletrabajo y el cierre temporal de fábricas, industrias y oficinas, se hablaba de una clara mejora de la calidad del aire. Es verdad que los niveles de emisiones descendieron. Sin embargo, estas reducciones a corto plazo de las emisiones de gases de efecto invernadero resultantes de dichos cierres tuvieron efectos muy pequeños. De hecho no han afectado a los datos que se barajan de estos casi dos años y medio de pandemia. La razón es que dicha disminución de emisiones ha sido absolutamente coyuntural, no ha provocado cambios humanos, empresariales e institucionales profundos, que nos hubieran permitido movernos en nuevas políticas energéticas. Ahí sí hubiéramos visto cambios a largo plazo. Sin embargo, los paquetes de rescate urgentes se han centrado en la preservación de la liquidez, la solvencia y los medios de vida, pero su impacto climático no ha sido positivo.

De hecho, entre enero de 2020 y marzo de 2021, los países del G7 subvencionaron más los combustibles fósiles que las energías renovables.

El punto en el que nos encontramos es muy peligroso. La humanidad debe emprender un camino que nos conduzca hacia sistemas energéticos descarbonizados y debe poder garantizar el acceso universal a la energía. Y el problema es que no hay tiempo para pensárselo dos veces. Se requiere una actuación inmediata.

¿Sabías que julio de 2021 ha sido el mes más caluroso de la historia desde que se tienen registros?

La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica nos advierte que de los últimos 142 años, julio de 2021 ha sido el peor mes a nivel climático. Entre 1979 y 2018, la proporción de hielo marino en el Ártico se ha reducido del 30% al 2%. Esto afecta a todos los ecosistemas del planeta. De hecho, según Nature Communications, 200 millones de personas en el mundo vivirán por debajo del nivel del mar a finales de este siglo si seguimos con esta tendencia.

Muchos de los fenómenos que vivimos constantemente a día de hoy ocurren como consecuencia del cambio climático que nosotros mismos estamos acelerando: el hecho de que cada vez entre antes la primavera, el aumento en el número de incendios y la duración de los mismos, las frecuencias de las olas de calor o la desertificación son la consecuencia del efecto de todas nuestras emisiones, que están provocando que más de un millón de especies, incluídos el 30% de todos los anfibios del planeta, estén en peligro de extinción por actos directamente relacionados con el ser humano.

¿Y qué pasa con el plástico? ¿Por qué tanto interés en acabar con él? ¿Qué efecto real provoca en nuestro planeta? El plástico genera muchos problemas pero tres de ellos en concreto lo hacen especialmente peligroso.

El primero es que proviene del petróleo, que es un combustible del que necesitamos depender cada vez menos si queremos aseugrar el futuro de nuestro planeta, y por tanto, el nuestro. La ONU calcula que cada año se utilizan 17 millones de barriles de petróleo para fabricar plástico y 13 millones de toneladas de plástico se filtran al océano. Este hecho no hace más que contaminar las aguas en las que viven millones de especies y envenenarlas. Estas mismas especies envenenadas son las que después nos comemos nosotros, con el consiguiente riesgo que para nuestra salud trae consigo.

El segundo es que durante todas las etapas de la fabricación y vida del plástico, desde la extracción y el refinado del petróleo hasta el proceso de fabricación y la eliminación e incineración al final de su vida útil, se liberan dos de los peores gases de efecto invernadero, el CO2 y el metano, por lo que la fabricación del mismo es altamente contaminante para el aire que respiramos y ayuda, y mucho, a que suba el nivel del agua por aumentar las temperaturas del planeta, por lo que pone en peligro de extinción a un millón de especies.

Y el tercero es que, pese a todo lo que nos dicen, reciclarlo es muy complicado. El problema es que aunque ante nuestros ojos el plástico sea plástico, en realidad hay muchos tipos. No todos se reciclan y de los que sí, no todos se reciclan de la misma manera. ¡Pero si sólo hay un contenedor para el plástico! Exacto. Y en él acaban todos los plásticos que tenemos por casa, independientemente de qué tipo sean. Por lo tanto, al estar ya mezclados es muy complicado reciclarlos. Además de caro. Según los datos, cuesta menos, en términos económicos, producir uno nuevo que reciclar. Muchos países no dan datos exactos de cuánto plástico recicla, ECOEMBES indica que en 2021, España ha reciclado un 87% de los plásticos que ha empleado. Pero ¡ojo! España, como otros muchos países europeos y de Occidente en general, envían gran parte de sus desechos plásticos a Asia para que sean reciclados. Países como China, Filipinas o Vientam están prohibiendo la entrada de los contenedores que les mandan los países occidentales llenos de deshechos puesto que muchísimos son imposibles de reciclar o muy costosos, por lo que al final terminan abandonados en vertederos o incinerados en lugares inapropiados, contaminando el suelo, las aguas subterráneas y, de nuevo, envenenando a multitud de especies, incluída la humana.

El tema de las energías no contaminantes es fundamental en muchos aspectos, ya no sólo para evitar la contaminación del único hogar que tenemos sino que, la pandemia ha puesto en evidencia que el acceso a la energía es clave para prevenir las enfermedades también. Se necesita un suministro eléctrico adecuado para todos los establecimientos sanitarios, así como agua limpia para una higiene correcta.

De hecho, frente a un virus que se evitaba con el distanciamiento social, se necesitaba un suministro energético eficiente y garantizado a todas las personas para permitir las comunicaciones manteniendo el distanciamiento social.

Además, las soluciones limpias para cocinar son igualmente esenciales para reducir los altos niveles de contaminación del aire en los hogares, que aumentan los riesgos de padecer enfermedades respiratorias. De hecho, en 2017, casi 3000 millones de personas continuaban sin tener acceso a formas no contaminantes para cocinar, principalmente en Asia y África subsahariana. Este hecho provoca millones de muertes anuales debido a la intoxicación por humo originado por combustibles y tecnologías contaminantes que se usan para cocinar.

Según datos de Naciones Unidas, 789 millones de personas (principalmente en el África subsahariana) viven sin acceso a la electricidad y se estima que solo el 28 % de los centros de salud en este área geográfica tiene acceso a una electricidad fiable, algo que contribuye muy poco a superar la pandemia.

En total, se estima que 1000 millones de personas dependen actualmente de centros de salud sin electricidad.

En definitiva, según la última edición de Seguimiento del ODS 7: Informe sobre los avances en materia de energía, emitido por el Organismo Internacional de Energía (OIE), la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), la División de Estadística de las Naciones Unidas (UNSD), el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS), a pesar de los acelerados avances en la última década, el mundo no logrará garantizar el acceso universal a una energía asequible, segura, sostenible y moderna antes de 2030 a menos que los esfuerzos se amplíen de manera significativa.

Esto se traduce en un compromiso político más firme, una planificación energética a largo plazo, un aumento del financiamiento público y privado, e incentivos normativos y fiscales adecuados para estimular un despliegue más rápido de las nuevas tecnologías.